Educar y emociones. Hermosas palabras, además muy relacionadas. Pero a veces olvidamos que educar no es una acción que hace el adulto sobre el niño. El niño es activo en la educación, es de hecho el más activo. Casi, si nos ponemos serios con el tema, nos daremos cuenta que el niño SE educa, como un proceso interno y protagonizado por si mismo. Que mas que educarle, nos educamos juntos, también en la gestión de nuestras emociones.
Por eso hoy queremos reflexionar sobre nuestras emociones en la educación y crianza de nuestros hijos y de otros niños y jóvenes.
Los adultos solemos pensar que es la conducta del niño la que genera nuestras reacciones. «Me sacó de mis casillas porque no se ponía los zapatos y le acabé gritando». «Cuando pone esa cara de adolescente pasota corta el diálogo y me voy porque no lo soporto». Sin embargo una reflexión tranquila nos lleva a ver otras cosas. Veamos…
Llego del trabajo antes de tiempo, he paseado un poco y hace un día hermoso. Me han dicho cosas bonitas hoy y vengo alegre. Estoy deseando pasar tiempo con mis hijos y he pensado hacer pizza de cena. Cuando llego, están sin duchar y no quieren ir a la ducha. Pienso que tampoco pasa nada si hoy no se duchan. El pequeño se enfada porque no quiere dejar el juego cuando los llamo a poner la mesa para cenar. Voy con mucho amor y consigo reconducir el ambiente. Les invito a preparar la pizza conmigo y entre unas cosas y otras se acuestan más tarde de la hora prevista. Eso no me gusta pero bueno… un día es un día y hoy tenía ganas de este buen rato con ellos.
Hoy sin embargo llego tarde del trabajo, he cogido un atasco y además me va a venir la regla y no me encuentro bien. He dormido mal y estoy deseando ir a dormir, espero que mis hijos estén ya en pijama. Cuando llego están sin duchar y no quieren dejar el juego. ¿Os suena? Seguro que podéis imaginar que la prisa, la rabieta del pequeño… van a provocar en mí una reacción diferente a a la anterior. No ha sido la conducta de los niños sino mis propias emociones (mediadas a su vez por las circunstancias externas) las responsables de ello.
Nos influyen nuestros estados de ánimo y emociones, claro. «Todos podemos tener un mal día». Sin embargo nos parece que los niños deberían siempre responder bien ante las demandas de la vida. Es decir, no deberían tener rabietas (enfado) ni llorar (tristeza, frustración) cuando les pedimos o les ordenamos algo. Y esa expectativa no es realista. ¿Esto significa que hay que dejarles hacer lo que les da la gana? No. Significa que quizá puedo ser más flexible con ciertos detalles (igual que lo soy cuando YO necesito esa flexibilidad) y sobre todo significa que puedo entender su reacción negativa ante la contrariedad y la prisa. Puedo entender y aceptar su enfado, su frustración, en definitiva sus emociones negativas. Es la única forma de que con nuestra ayuda, aprenda a gestionarlas.
A veces un pequeño hecho cotidiano provoca en nosotros una cascada de emociones negativas que no son proporcionales al hecho. Normalmente van asociadas a lo que suelo llamar «pensamientos calientes».
Por ejemplo, mi hijo adolescente ha metido la botella de agua vacía en la nevera, por tercera vez esta semana. Automáticamente puedo sentirme enfadada, utilizada, humillada, frustrada, herida, asustada y desesperada ante un hecho que no supone una amenaza para nuestras vidas. ¿Cómo es posible? Por mi mente pasan ideas como «¡otra vez!, esto es increíble, ya no puedo más». «Seguro que está con el móvil desde hace rato en vez de estudiar, y yo aquí haciendo su parte»… «¿Se creen que soy la criada o qué? ¿acaso no vengo yo de trabajar y encima lo poco que les pido lo ignoran?» «¡Me está tomando el pelo a propósito!» «Ningún respeto, ninguno». «Esto acaba mal, si hace esto con 14 años, con 19 nos pega, y ya no sabré qué hacer ante eso…»
Puede que te parezca exagerado, pero caemos en estas trampas. Nuestra reacción, por tanto, no es acorde al hecho. Tampoco tiene por finalidad ayudarle a hacerlo mejor, enseñarle algo, promover una toma de conciencia por su parte ni un cambio. No. Nuestro malestar intenso nos lleva a reaccionar desde nuestras emociones y la finalidad es desahogarnos, echar la culpa a alguien, forzar que hagan lo que necesito yo ahora… O simplemente quejarnos amargamente.
La buena noticia es que podemos entrenarnos en observarnos (cómo estoy, qué siento, qué música interior tengo…) y así poder calmarnos antes de actuar. De este modo podremos poner la atención en el niño o adolescente, tratar de entenderle y buscar la forma de colaborar con él de la forma mejor para su crecimiento.
Para seguir profundizando os recomendamos este vídeo del Circle of Security International.
Algunas formas poco adecuadas de educar (gritos, amenazas, descalificaciones generales, chantajes…) se han convertido en hábitos para nosotros. Quizá desde niños las hemos vivido como «lo normal». A veces puede ser positiva una ayuda externa para cambiar estos hábitos. Saldremos ganando nosotros y nuestros niños y adolescentes, y para eso estamos en FAMILIAE. Puedes informarte sobre nuestra terapia breve en Santiago de Compostela y Madrid y nuestros talleres para «familias adolescentes» en Galicia, no dudes en contactarnos aquí.